TRILOGÍA: LA ASESINA


HABITACIÓN 1405



En el pasillo del hotel se preguntaba a si misma cuánto tiempo más iba a dedicarse a hacer su trabajo, mientras avanzaba lentamente, sobre la alfombra azul con coronas doradas, mirando los números de las habitaciones y procurando no hacer ruido. Era temprano en la madrugada y había tenido que sobornar a un antiguo amante de juventud para que la dejara entrar por la puerta de la cocina, la que daba al callejón oscuro donde se acumulaban los cubos de basura ya vacíos...

De repente se paró frente a la puerta de la 1405, respiró profundamente y alzó el brazo hasta su cabello, soltó una hebilla de su pelo, liberando un mechón que le acarició la cara al caer y la introdujo en el ojo de la cerradura. Una pequeña vibración y un "clic" casi imperceptible le indicaron que la puerta ya estaba abierta, giró el pomo y empujó suavemente la hoja de la misma, sin hacer nada de ruido. Los sonidos de sus tacones de aguja se veían amortiguados por la alfombra, así que dirigió sus pasos sigilosos hasta el centro de la habitación, frente a las dos camas dobles.

Permaneció unos segundos en la penumbra, observando a las dos parejas que yacían en ellas, solo se oía la respiración fuerte de los hombres y la suave de las mujeres. Se acercó a una de las chicas, le movió el brazo, esperó a que se despertara y le hizo un gesto con su mano enguantada llevándose el dedo hacia la boca en señal de silencio. La chica se levantó, recogió sus ropas del suelo y se dirigió a vestirse al baño, mientras ella despertaba de igual modo a su compañera. Contratar a esas dos prostitutas para que los emborracharan era un viejo truco que le enseñó un antiguo compañero de oficio. Cuando ambas chicas estaban en el baño, hurgó debajo de las almohadas hasta encontrar sendas pistolas, que arrojó a la papelera, haciendo un fuerte ruido. Encendió la luz y vio como los dos hombres se levantaban sobresaltados por el ruido y la claridad....



Dieron un paso atrás cuando vieron el cañón de la pistola con silenciador, que la asesina portaba en la mano, en una preciosa y pequeña mano cubierta por un elegante guante de cuero negro. Ante ella los dos hombres se habían quedado mudos, uno temblaba y el otro estaba rígido. Uno era delgado, menudo y con el pelo canoso, debía ser la víctima principal. Miró hacia el otro, más joven, alto y fuerte, ligeramente delgado, pero sin ser escuálido…este debía ser el daño colateral, pensó, oooohhhhh pena, lo que hay que hacer a veces para ofrecer un buen servicio completo.

-Coge la sábana de debajo de la colcha- le ordenó al primero, que se quedó clavado, sin hacer nada. –¿No me entiendes?, que cojas la sábana- le repitió. El hombre con las manos y el cuerpo temblando se volvió hacia la cama, sacó la sábana de debajo de la colcha y le extendió el brazo para dársela.

-Haz jirones con ella- le dijo sin mirarlo si quiera, mientras con un brazo en cruz apoyaba la mano que portaba el arma y observaba a su compañero de arriba abajo. Era obvio que no veía al hombre canoso como una amenaza, pero no se fiaba del otro. Además de eso pensó que no estaba del todo mal y que una vez hecha la primera parte y más importante del trabajo no pasaba nada si jugaba con él un rato. Observó sus brazos, su pecho y su ingle, que se adivinaba bajo la sábana con la que trataba de taparse. -Tú, perro, suelta esa sábana- la sábana cayó dejando ver todos sus genitales, que permaneciendo en reposo permitían adivinar que tenían un tamaño considerable.

Las chicas salieron del baño y sin mediar palabra se alejaron hacia la puerta, ya habían cobrado lo suyo y lo que pasara a partir de entonces no les importaba lo más mínimo.

Observó como el hombre menudo había conseguido romper la sábana, haciendo jirones con la misma. –Siéntate en esa silla de ahí- le indicó al hombre alto. Este buscaba con la mirada un hueco por el que escapar, un punto de debilidad de ella para poder atacarla o una manera de llegar hasta donde estaban las pistolas. Ella se percató. –No seas tonto, no vas a poder, siéntate como te he dicho y estate tranquilito- se volvió de nuevo hacia el hombre bajito –Comienza a atar a tu amigo, con las manos por detrásy átale también las piernas, fuerte y sin ningún miramiento por si le haces daño. Si haces alguna tontería os mato a los dos-

El hombre obedeció entre temblores, ante la atenta mirada de la asesina, que observaba sin pestañear la escena para ver si todo se hacía según sus deseos y sin dejar en ningún momento bajar la guardia. –Muy bien, lo has hecho muy bien, ahora métete en la cama, tapadito, con la colcha por lo alto, necesito intimidad- Sonrió al hombre delgado, que la miraba serio, mientras que su compañero aún temblando se metía de nuevo en la cama, echándose la colcha por lo alto. Se acercó a la silla por detrás, comprobando que efectivamente las sábanas habían sido apretadas lo suficiente para inmovilizarlo. Pasó un dedo por entre los nudos, subiendo por encima hasta recorrer el brazo de su cautivo, que se puso más tenso aún, mientras la carne se le ponía de gallina y los pelos se le erizaban. Tras esto se acercó a la cama, donde el bulto que había bajo la colcha seguía temblando aún, haciendo que sonara el cabecero contra la pared. Puso su mano sobre lo que debía ser la cabeza, tanteó, apartó la mano y acercó la pistola, dejando que una bala saliera de dentro…

-Así es mejor, más intimidad para ti y para mi y menos sangre para las limpiadoras- sonrió y fue a coger otra silla, la puso en frente de él, que ahora estaba pálido, se le quedó mirando y permaneció pensativa por unos minutos. –¿Porqué estás tan serio?, ahora es cuando viene lo bueno, estamos solos: TÚ y YO- le recalcó estas dos palabras mientras le besaba suavemente los labios. –Ahora estamos solos y eres MIO-

Diciendo esto se levantó y sin soltar la pistola de su mano subió la falda, dejando ver poco a poco sus piernas, hasta terminar el filo de sus medias de red y finalmente una preciosa braguita de encaje negro. Puso ambas manos en sus caderas y poniendo tieso los pulgares cogió los laterales de la braguita, moviéndola de un lado y otro hasta hacerla caer a la altura de sus tobillos. El joven la miraba sin pestañear, asustado por un lado por lo que acababa de pasar pero a la vez pensando que la asesina no estaba nada mal. Tenía unas piernas bonitas, torneadas y largas, una cadera redonda y rotunda y bajo su blusa blanca adivinaba dos hermosos pechos ligeramente cedidos por el peso. Ella lo miró y en seguida se dio cuenta de que el chico no dejaba de observarla de arriba abajo, ya su cara no era de susto sino más bien de deseo.

Con un movimiento de los pies se sacó la braguita del todo, se agachó un poco y la cogió con la mano. Entonces se sentó de nuevo, abrió sus piernas de par en par y un hermoso coñito depilado apareció ante los ojos del joven, que no pudo evitar soltar una exclamación. –Uy uy, tú haces mucho ruido- le replicó ella.

Lentamente se quitó el zapato y la media que cubría su pié derecho. Volvió a colocarse el tacón y se acercó hasta el joven, encañonándolo. –Abre la boca- él se quedó paralizado, sin reaccionar.-Vamos cerdo, he dicho que abras la puta boca esa que tienes.- Él le obedeció y ella le metió la braguita de una manera brusca, hasta el fondo, haciendo que le dieran arcadas. Cuando comprobó que podía respirar pero no gritar le amordazó la boca fuertemente con la media que se había quitado…



Su mano ahora sostenía el pene del joven, que no podía evitar sentirse cada vez más excitado. El roce del guante, el olor de su perfume y la visión de ese coñito tan cerca hacían que la erección fuera cada vez más fuerte. –Nos lo vamos a pasar bien tú y yo, pero vas a ser obediente y no vas a correrte hasta que yo te lo ordene.- le susurró junto a la oreja.

Se llevó los dedos hasta la boca, dejando el guante lleno de saliva y llevándoselos a su rajita, mientras con la otra mano no dejaba de sostener su polla. Acto seguido se sentó sobre ella, dirigiéndosela hacia dentro y notando al bajar como le llenaba entera por completo, dándole contra la pared del estómago. Comenzó entonces a cabalgarlo, suavemente primero, hasta hacerse con el tamaño de su pene para no hacerse daño. Subía y bajaba sus nalgas a un ritmo lento, acompasado, apretando los músculos de la vagina para sentirlo más intensamente. Él sintió que un inmenso placer le recorría todo el cuerpo, se relajó y se dejó hacer, olvidando por completo la situación en la que estaba. El ritmo se hizo más ligero y los movimientos de sus caderas cambiaron de sentido, en vez de subir y bajar ahora se balanceaba de adelante a atrás, rozando su pelvis contra la de él. Él cada vez estaba más extasiado y ella notaba como un calor sofocante le subía desde las piernas hacia arriba, haciendo que su respiración se hiciera más entrecortada.

El mismo calor le incitaba a aumentar el ritmo, subió los pies hasta apoyarlos en las rodillas de él, abriendo más las caderas y apretándose más contra su estómago. Desde esa posición le agarró de los pelos, tirando de ellos y usándolos para balancearse al mismo tiempo. Él sintió un pequeño dolor con ese gesto, pero el placer que ella le estaba haciendo sentir hizo que se le hiciera imperceptible.

La polla entrando y saliendo de ese coñito cogió entonces una velocidad que se les antojó vertiginosa, ella estaba absorta en sus movimientos cuando notó como él encogió de repente el estómago hacia dentro, contrayendo el cuerpo entero, al mismo tiempo que un sonido gutural salía a través de la braguita y la media de su boca. Era obvio que había eyaculado y que un intenso orgasmo había acompañado esa eyaculación.

Ella frenó de repente, se quedó mirándolo mientras que su cara se tornaba furiosa por momentos. Un guantazo seco y fuerte fue a parar a la cara del joven, que de la fuerza se volvió hacia el lado contrario. –Estúpido, gusano, ¿qué te dije?, eh, ¿qué te dije? Que no te corrieras mientras yo no te lo dijera. ¿Te parece bonito como has debido ponerme?- se bajó de encima de él y en el momento sintió como una gota caliente bajaba por sus muslos hasta la media que le quedaba puesta.

Cogió un pitillo de un paquete de cigarrillos que había sobre la mesa y lo encendió nerviosa, mientras no dejaba de mirar al muchacho, que del placer había pasado a la más absoluta preocupación por lo que ella podía hacerle. –Tú lo has querido, podíamos haberlo hecho bien, pero has preferido desobedecerme, tendrás tu castigo por esto y por supuesto vas a recoger lo que me has dejado dentro-

Se puso frente a él, se acercó y se puso sobre sus pies, comenzando a clavarle los tacones en sus empeines. El dolor era intenso, profundo, casi tanto como el orgasmo que había tenido antes. –Ahora no me vas a volver a desobedecer, ya verás como lo vas a entender todo a la primera- apretó más los tacones, girando los tobillos de un lado a otro. La cara de él era el nítido reflejo de lo que le estaba pasando, los párpados apretados, la tez blanquecina y sendas lagrimas vertiéndose de sus ojos y recorriéndole las mejillas.

Le quitó la media y la braguita de la boca. –Si hablas o intentas una tontería te mato- y de un fuerte puñetazo lo tiró contra el suelo, desequilibrando la silla. La nuca golpeó sobre la alfombra de la habitación. Acto seguido se sentó en su cara, poniéndole todo el coño en la boca, relajando los músculos y dejando que el semen chorrease para abajo. –Recógelo, vamos- Después de aquella demostración él no se atrevió a contradecirla, recogiendo con su lengua todo lo que podía y tragándoselo. –Muy bien, ahora veo que empezamos a hablar el mismo idioma. Sigue chupando y hazlo con delicadeza, soy muy sensible-

El muchacho, dolorido y malherido obedeció. Su lengua se paseaba por el coño de ella, de arriba abajo, y sus labios absorbían con cuidado su clítoris, mientras que ella siguió con lo que hacía antes, retomando su actividad como si no hubiera pasado nada y cabalgándole ahora sobre la cara. Restregaba su sexo contra la lengua de él, contra sus labios y hasta contra su nariz, agachando cada vez más su pelvis y curvando su espalda, para conseguir el mayor placer posible. Incrementó y relajó el ritmo alternativamente, se tomó su tiempo, disfrutando del juguete vivo que había conseguido, tirando de su pelo, clavándole los tacones sobre sus hombros, oyéndole gemir de dolor y viendo como se esforzaba al mismo tiempo… hasta que esta vez el orgasmo lo tuvo ella.



Se dejó relajar unos segundos sobre él, impidiéndole casi respirar. –¿Ves como así es mejor?- se bajó de su cara, miró hacia su alrededor, fue hasta el baño y volvió con un vaso de agua. Puso el vaso bajo la pata de la cama vacía, no sin gran esfuerzo y se sentó de un golpe seco sobre la esquina de la cama, rompiendo el vaso. Se acercó hacia el chico. –Ahora te daré la última lección. Podía haber sido más rápido, como tu amigo ¿Sabes? Pero entonces no entenderías el significado de todas mis enseñanzas- Se agachó junto a él, cogió uno de sus brazos y con un trozo de cristal le hizo una brecha profunda en la muñeca, que empezó a chorrear sangre de inmediato. A continuación hizo lo mismo en el otro brazo. –No es tan malo, lo llaman la “muerte dulce”, así que no debe estar mal del todo- Él no paraba de sollozar mientras tanto, quería pedir clemencia, pero ni una palabra conseguía salir de su garganta, a pesar de que ahora nada lo impedía.



Se puso la media y la braguita que estaban tiradas en el suelo, miró a su alrededor, vio la colcha de la cama coronada por una gran mancha de sangre, que ya goteaba contra el suelo. Más a su izquierda el otro hombre sollozaba sobre el suelo, moviendo todo su cuerpo y golpeando la silla contra la alfombra, que seguía amortiguando ruidos. Cogió la colilla de su cigarro y se la metió en un bolsillo, al mismo tiempo que encendía otro cigarro robado del paquete de la mesita. Esperó hasta ver que el hombre ya no se movía, que estaba sin fuerzas. Cuando salió del hotel ya había amanecido.


FLECOS SUELTOS

“El problema de silenciar con dinero es que se puede hacer hablar con más dinero”. Esta frase no dejaba de rondarle la cabeza, mientras se dirigía hacia la casa de Madame Celine, cruzándose a su paso con cientos de caras desconocidas. Era una tarde de invierno y el frío caía sobre la ciudad, el cielo oscurecía antes y la gente corría hacia sus casas deseando terminar una agotadora jornada laboral. El pesimismo y el malestar ante el tiempo se reflejaba en los rostros, aburridos, melancólicos, tristes o simplemente feos de los transeúntes. Ella empezó a sentir el frío en sus piernas, las medias no abrigaban lo suficiente, por suerte las manos estaban calentitas dentro de sus guantes de cuero negro. “Lo mejor es silenciar con una muerte piadosa” se dijo a si misma.
-Hola, ¿te acuerdas de mí?- le dijo a la muchacha que le abrió la puerta. La asesina la reconoció en seguida, era una de las pupilas de Celine, la que había llevado al hotel. La chica la miró por unos segundos y luego asintió, la había reconocido también. –¿No me vas a invitar a que entre? Vengo a hacerle un pago a tu Madame- Se le quedó mirando, dubitativa, pero ella le presentó una sonrisa dulce e inocente, que hizo que se relajase y le dejara paso, cerrando la puerta tras de si.
Era una chica bonita, todas las pupilas de Celine solían serlo, igualmente todas solían aficionarse tanto al caballo mientras que estaban allí que acababan cediendo a las pretensiones lésbicas de la dueña de la casa o a cualquier otra cosa que ella les pidiese por tal de obtener su dosis. Esta debía ser muy joven, casi adolescente, su cuerpo extremadamente delgado, atlético y casi andrógino la delataba, con unos pechos sospechosamente grandes para lo delgada que estaba. Al mismo tiempo su cara era angelical, pura, con unos ojos claros y brillantes, la tez blanquecina y un manto de pelo rubio y liso flanqueando cada mejilla. Vestía con una faldita muy corta de un blanco deslumbrante, que al moverse dejaban ver un tanguita negro. No tenía ninguna blusa sobre el sujetador fucsia con medias de licra rosa y andaba descalza, casi de puntillas. La siguió con la vista mientras la acompañaba a la salita, al fondo del largo pasillo. Sus andares eran como de otra dimensión, etéreos, casi imperceptibles, suaves y femeninos.
-¿No está Celine?, ¿y tus otras compañeras?- Le preguntó como distraída, mientras observaba una reproducción barata de una Inmaculada de Murillo que presidía la estancia. Se giró para escuchar la respuesta, sonriendo dulcemente a la muchacha.
-Llegaron chicas nuevas, Madame Celine fue con ellas al centro a comprarles algo de ropa para poder trabajar. Si lo desea puede esperarle aquí, siéntese. No creo que tarde.- Asintió, sentándose en un viejo sofá que se hundió haciendo que se sintiera como parte del mueble. La chica se sentó en el sillón de al lado, cogió una pinza de depilar, un espejito de aumento y comenzó a arrancarse pelitos de la ceja derecha.
La asesina sacó de su bolso un monedero de flores, en su interior había una bolsita pequeña de plástico transparente que dejaba entrever un polvo rosado, una goma plana y una jeringa y los puso sobre la mesa camilla. –¿No te importará si me pongo un chute aquí? ¿no?, vengo muy estresada de todo el día y necesito relajarme.-
A la joven se le abrieron los ojos como platos, pensó por un momento y le contestó. –No se si debería, señora, no se que opinaría Madame Celine- Ella sonrió nuevamente otra vez y sin alterarse le dijo muy suavemente: -Comprendo, no te preocupes, no quiero que te vayan a regañar a ti por mi culpa- se cayó unos instantes y luego añadió –Pero quizás quieras un poco. Yo soy del pensamiento de que las drogas son para compartirlas, tomárselas una sola es muy aburrido….- A la muchacha se le hacía la boca agua, no paraba de mirar de la bolsa a la mujer y de la mujer a la bolsa. –Bueno, a lo mejor tampoco pasa nada…no creo que se moleste por esto si es solo un poco. Voy a por los utensilios.- Se levantó y se dirigió hacia la cocina, rápida y eficazmente, volviendo al poco con todo lo necesario para administrase las dosis.
-Eres muy amable y muy educada, Celine debe estar muy contenta contigo-
-Bueno, no se queja, hago bastante caja- le respondía distraída mientras preparaba los chutes. La asesina no dejaba de mirarla, junto a ella en el sofá ahora. –Te pongo yo a ti primero, cielo, que se ve que lo necesitas casi más que yo- Dicho esto cogió el brazo de la muchacha, le colocó la goma, palpó y cuando encontró la vena le introdujo la aguja muy despacio. Absorbió un poco de sangre, mezclándola con la dosis, se la inyectó un poco y repitió la operación varias veces…la chica iba relajándose cada vez más, dejándose hundir en el sofá junto a ella.
Observó a la muchacha tumbada, laxa, realmente era muy bella y se encontraba totalmente indefensa. –¿Como te llamas?-. –Lara- le contestó ella con un hilo de voz apenas perceptible. –Muy bien, Lara, veamos qué tal besas- Acercó su cara a la suya y buscó sus labios, tocándoselos con la mano enguantada. Le acarició las mejillas, podía notar la suavidad de su piel, al mimo tiempo que un perfume afrutado subía desde su cuello. La beso despacito, sin prisas, apretando sus labios contra los suyos y dándole pequeños tirones con los dientes de su labio inferior. Su lengua se introdujo en su boca y comenzó a lamer la de la muchacha. Suavemente, muy suavemente… ella no reaccionaba apenas, solo una sonrisa estúpida de yonky asomaba su cara.
El efecto del opiáceo no se hizo esperar, la chica se entregó a ella, confiada y extasiada, como en un entresueño. Entonces sus manos bajaron hacia su cuerpo, acariciando el cuello y descendiendo poco a poco hacia los hombros. Al llegar a la altura del sujetador le quitó los tirantes y metió las manos dentro de las copas. Lo que había sospechado, aquellos pechos eran de silicona, grandes, duros y erguidos, pero suaves al tacto. Bajó las copas y agachó la cabeza, acercando la boca a uno de los pezones y mordiéndoselo. La chica hizo una leve contracción de dolor, pero sonrió y se dejó hacer, ella la miró y al ver su reacción volvió a morderle de nuevo, esta vez más fuerte. La muchacha intentó zafarse de ella, pero la laxitud de su cuerpo apenas le dejaba. –Tranquila, tranquila, no me digas que no estás acostumbrada a esto…conozco los gustos de Celine- Ella se sonrojó y sonrió, asintiendo.
Ahora sabía que la chica se iba a entregar a ella sin problemas. Se levantó del sofá, le cogió de la mano y le hizo un gesto de que la acompañara. No sin trabajo consiguió que la muchacha caminara hasta el gran salón, donde una enorme alfombra blanca centraba la estancia. Apoyando las manos en los hombros de la chica hizo que esta se echara sobre la alfombra, la miró desde arriba, sus brazos la llamaban, estaba claro que iba a hacer todo lo que ella quisiera. Se agachó sobre ella, con las piernas entre las suyas, le subió un poco la falda y sin quitarle las medias le rompió el tanguita por los dos laterales, dejando al aire un hermoso coñito pequeño, rosado y sin vello. Pensó que posiblemente era más joven de lo que creyó en un principio.

Se sentó sobre la alfombra, levantó su falda de cuero y se sacó a la vez su tanga, dejando también su coño totalmente desnudo. El suyo era más grande, carnoso y oscuro, con un hilo de pelo de arriba abajo y con el resto totalmente depilado. Puso sus piernas entre las piernas de la chica, alternándolas y haciendo una “tijera”. Comenzó a moverse, rozando sus genitales con los de ella, despacio primero y empezando a notar como la temperatura de su cuerpo se elevaba. Observó a la jovencita, retorciéndose debajo de ella, con la cara desencajada de placer por el caballo y el roce del cuerpo, con los ojos vidriosos. Su manto de pelo sobre la alfombra y sus brazos totalmente relajados hacia arriba hacían que pareciera una criatura de otro mundo, mágica, infantil e inocente.
-Pues si que eres más puta y más complaciente de lo que pensaba, desde luego Celine no se ha equivocado contigo, no- la muchacha ni le oía, metida en su mundo. –Voy a utilizarte para correrme, que realmente mi trabajo me da mucho estrés…Eres una auténtica zorra y como tal te voy a tratar- agarró las caderas de la muchacha con fuerza, trayéndoselas hacia si. Sus coños estaban totalmente pegados, y sus clítoris se rozaban una y otra vez, los flujos vaginales de ambas se confundían y lo empapaban todo. No paraba de moverse sobre la chica, como si ella misma fuera un hombre, cogiéndola con tal ímpetu que los zarandeos empezaron a hacer que la chica se desperezase un poco. Sus uñas se clavaban en la carne a través incluso de los guantes, dejándosela totalmente marcada.
Comenzó a escuchar unos quejidos, miró la cara desencajada de la muchacha y notó como sus manos intentaban sin éxito quitar las suyas de sus caderas. Estaba claro que tenía mucha más fuerza que aquella chica tan delgadita y drogada hasta las cejas.
–¿Quieres que pare? Tranquila, quito una mano ¿ves?- y dicho esto levantó el brazo y lo dejó caer sobre su cara, dándole un fuerte bofetón que le hizo sangrar el labio. La cara de la chica se puso lívida. Acto seguido le volvió a coger las caderas y a apretárselas con más fuerza. –Aquí ahora mando yo, que para eso te voy a pagar-
La sensación de poder que tenía sobre aquella putilla le hacía excitarse más, elevando el calor que sentía y aumentando el ritmo de su respiración al tiempo que su cuerpo empezaba a sudar. Sus movimientos se hicieron más violentos, refregándose cada vez más penetrante contra ella, paseándose por su coñito de arriba abajo, hasta que finalmente un intenso orgasmo recorrió sus genitales y subió por su espina dorsal hasta llegar a su cerebro. Un alarido de placer salió de su garganta y sus jadeos se fueron apagando poco a poco. La chica no decía nada, asustada.

Se incorporó un poco sobre la chica, de rodillas, usando como apoyo su vientre, la miró, metió la mano en su chaqueta y sacó una moneda, tirándosela a la cara.-No vales más de esto- La chica comenzó a llorar, asustada y humillada, dos lagrimas salían de sus mejillas y chorreaban hacia sus orejas. La asesina metió la mano derecha entonces dentro de su chaqueta, junto a su pecho, sacando una pistola y la izquierda en uno de los bolsillos laterales, sacando el silenciador. La muchacha ni la miraba, con los ojos cerrados, se sentía como en un mal viaje y solo quería volver a abandonarse hasta dormirse. No paraba de mirarle a la carita mientras daba vueltas al silenciador, enroscándolo en la pistola.
Con la mano izquierda le cogió ambas tetas, apretándoselas. Colocó la pistola en el lateral de su pecho izquierdo. La chica notó el frío del acero, abrió los ojos y levantó el cuello, para ver qué era. En ese momento vació el cargador, dos disparos, atravesándola de lado a lado. Un alarido de dolor sonó como un eco en la habitación, llenándolo todo. –Que pena, ¿no ves que con lo bonita que eres no te hace falta silicona?-
La sangre roja empezó a gotear por su cuerpo hacia los laterales, salpicando la alfombra blanca. Pasó su mano izquierda por la superficie de la pistola, pensando dónde iba a ir a parar la siguiente bala…la putilla estaba casi desmayada. Llevó su mano derecha hacia atrás, hasta la altura de la rodilla y la pistola volvió a vomitar plomo. Un agujero quemado se hizo rápidamente y un sinfín de pequeñas carreras se abrieron paso a través de la media. La rodilla estaba reventada, parecía una rosa en su plenitud y manchas de sangre salpicaban el costado y la espalda de la asesina.
La chica gritaba y se ahogaba, retorciéndose de dolor sobre su sangre, sintiendo el calor de las balas en su carne talada. Pedía algo, pero no se le entendía. –Me has manchado el traje, mira como me has puesto-. La asesina se levantó, vaciándole el resto del cargador sobre el pecho. Visto desde arriba una gran mancha de sangre, como un enorme redondel enmarcaba el cuerpo de la joven, sangre y trozos de carne salían a borbotones por las heridas, dejando una imagen dantesca. La muchacha bonita se desdibujó ante sus ojos a la altura de sus tacones.

Fue a la salita, recogió todo lo que había traído, sacó un cigarro de su bolso y lo encendió, dirigiéndose tranquilamente a la puerta de entrada.
Al bajar las escaleras se cruzó con Celine, que venía acompañada de dos chicas nuevas y con un montón de bolsas de tiendas caras en las manos, riéndose divertidas. Esta se sorprendió de verla allí, ya le había pagado por los servicios de la noche del hotel, quizás querría que ella y sus chicas hicieran otro trabajito, le sonrió. Ni siquiera le dio tiempo a observar las manchas de sangre en su chaqueta negra. La asesina le dio un beso en los labios –Cariño, sabes que no es personal- y sin más palabras siguió su camino. Celine cerró los ojos y se descompuso, imaginándose lo que podía encontrar cuando llegara a su casa, pero no reaccionó. El dinero que ella le daba por aquellos trabajos suplía con creces las molestias colaterales que aquello le ocasionaba.
El frío le abofeteó la cara al salir del portal. Los coches pasaban rápido a su lado, las personas que aún quedaban en la calle hacían cola frente a los puestos de los castañeros o corrían ligeras hacia sus casas. Pensó que ella también estaría mejor en la suya.

OJOS VERDES

Cuando su ex la llamó pensó que aquello ya se estaba complicando demasiado. Le habían pagado por uno y ya iban tres…cuatro con este. Seguramente quería más dinero por tener la boca cerrada. Estaba viendo que al final le acabarían costando los cuartos a ella y eso sí que era algo que ni se podía permitir ni iba a consentir. Se calzó los tacones sobre las preciosas medias de seda negra, cogió su gabán y sacó de los bolsillos los guantes de cuero y se los colocó. Fue al dormitorio a por su pistola y la guardó junto a todo lo que necesitaba dentro del gabán. “Habrá que hacerle una visita a mi ex” se dijo a si misma.
El piso estaba situado en un bloque de apartamentos antiguo, de la época de expansión de la ciudad, con un rancio olor a fritanga que salía de debajo de las puertas de los vecinos. Se oían voces discutiendo en la lejanía y algún que otro televisor con el volumen más alto de lo normal. Estaba convencida de que allí nadie haría preguntas, vería nada ni oiría nada, así que se sentía tranquila. Se extrañó sin embargo al ver la puerta del piso abierta, porque él no la estaba esperando. “Seguro que tiene otra zorra y la ha mandado a por el pan. Será cuestión de hacer un trabajo rapidito”.
Se adentró en el apartamento, parecía en silencio, con las persianas bajadas y en penumbra, sintió un fuerte chasquido a su espalda y de repente la estancia se desvaneció ante sus ojos.

Cuando despertó lo primero que notó fue un fuerte dolor en la cabeza, junto a un suave olor a óxido y un poco de humedad en el pelo. Se dio cuenta de que debía salirle sangre de alguna herida. Trató de levantar la mano para tocársela, entonces se dio percató de que tenía la muñeca atada. Miró hacia su brazo, desnudo, le habían dejado en ropa interior, con las medias y los tacones. No sabía dónde estaba su vestido ni lo que era peor, su pistola. Además, efectivamente, unos grilletes en las muñecas, con una cadena de metro y medio pasada por una argolla anclada a la pared, impedían que se pudiera mover de allí. También se dio cuenta de que le habían tapado la boca con algo y que lo que fuese estaba sujeto a su nuca con algún trapo. No podía gritar, no podía pedir auxilio, no podía hacer prácticamente más que mirar y oír.
Miró alrededor; enseguida reconoció la estancia, era la despensa de su ex, un cuartito minúsculo, sin ventana, del que habían sacado las estanterías de la comida, al menos le habían dejado un aplique de luz pequeño encendido. “Quien fuera quien la había encerrado allí se había tomado muchas molestias en preparar aquello. ¿Dónde estaba su ex?, ¿porqué estaba la puerta abierta?, ¿quién le podía querer ver encerrada como una perra? Bueno, mucha gente querría, la verdad, motivos había de sobra.” Todos estos pensamientos se le agolpaban en la mente. Le dolía mucho la cabeza y comenzó a sentir el frío del suelo en sus piernas.

Dos horas pasaron al menos hasta que escuchó ruido en la casa, hasta entonces las únicas cosas audibles provenían de las casas de los vecinos. Por debajo de la puerta vio un haz de luz tenue, que probablemente no era de la cocina. Oyó pasos acercándose y el haz de luz se hizo más fuerte, ahora sí habían encendido el neón de la cocina. La puerta se abrió y a contra luz apareció un hombre alto, bastante ancho, vestido totalmente de negro, de pies a cabeza. Calzaba unas botas militares de caña alta, vestía un pantalón de loneta con varios bolsillos, un jersey de cuello vuelto, guantes de motorista y un pasamontañas. Bajo este unos penetrantes ojos de color verde clavaron su mirada sobre ella. La miró de una forma tan intensa que por una vez en mucho tiempo sintió que estaba en verdadero peligro y un miedo instintivo le recorrió de arriba abajo.
Sin mediar palabra el hombre le agarró del pelo, tiró de ella hacia arriba hasta ponerla de pie. Cogió una de sus manos y la llevó hasta la espalda, retorciéndole el brazo. El dolor era intenso, quería gritar pero no podía. La puso contra una esquina, con gran fuerza, dejándola inmovilizada y sin poder ver nada.
Notó como trasteaba algo con la otra mano. De repente sintió como comenzaba a apartarle el tanga. También como pasaba su guante por el ano, acariciándolo, haciendo círculos. Notó su dedo enguantado penetrándola, moviéndose hacia dentro y hacia fuera una y otra vez. Pudo percibir como se lo sacaba y cuando ya pensaba que la iba a dejar tranquila sintió su polla clavándose fuertemente en su culo.
Los minutos se hicieron interminables, aquella bestia la tenía totalmente a su merced, tirándole del pelo, dándole bocados en la espalda, aplastándole la cara contra la esquina, dándole embestidas con su polla sin parar, metiéndola y sacándola de su ano sin ningún tipo de miramiento. Estaba destrozándole por dentro, lloraba, estaba dolorida y se sentía indefensa. Escuchaba la respiración del hombre, serena al principio, pero que se fue intensificando a medida que la violaba, hasta que finalmente un fuerte gemido salió de su garganta. Había llegado al orgasmo y dejó de moverse, apoyándose sobre ella.
Le dejó el pelo en paz, bajó las dos manos hasta sus caderas y se las sujetó, con su brazo y la cadena aún entre los dos. Notó como un aire caliente y suave le recorría la nuca, parecía estar besándola con el pasamontañas puesto. Estuvo al menos dos minutos así, sin sacarla. Ella no paraba de llorar. El dolor de su polla al retirarse de dentro de ella fue tan intenso como lo había sido mientras abusaba de ella. Se marchó y la dejó allí. Lentamente se deslizó por la pared, hasta caer sobre sus rodillas en el suelo, descompuesta de dolor y humillación. Oyó como cerraba la puerta tras de si.

No sabía ni cuantas horas pasaron hasta que volvió, pero en ese rato se había ido helando de frío poco a poco. No discernía si los temblores de su cuerpo eran más de frío o de miedo. Se sentía perdida, trataba de pensar en un plan para escapar de allí pero nada se le venía a la cabeza. Cuando la puerta se abrió de nuevo lo vio vestido igual, pero sin guantes y portando una fusta. Hizo intento de hablar y entonces él le quitó la mordaza.
Lo único que salió de su boca fue un –necesito ir al baño-, entonces él sacó un collar de cuero con una argolla de uno de los bolsillos y se lo colocó. Soltó la cadena que la sujetaba de uno de los grilletes, la deslizó por la argolla de la pared hasta sacarla y la volvió a pasar por la del collar, enganchándola de nuevo al grillete. Ahora tenía las dos manos unidas al cuello por la cadena. Seguía medio desnuda, muerta de frío y sin poder escapar, pero al menos podría salir de aquel cuartillo. –Por favor, necesito ir al baño- repitió.
Él la empujó suavemente del hombro con la fusta, indicándole que saliera de allí, pensó que le iba a llevar al servicio. En lugar de esto la paró en mitad de la cocina, junto a la mesa y las sillas. Nuevamente con la fusta le hizo señas entre las piernas para que las abriera y seguidamente le apretó uno de los muslos desde abajo, levantándole la pierna con la intención de que la apoyara en la silla. Ella se preguntaba cuales eran sus intenciones en aquel momento, pero tenía claro que si no la llevaba a hacer pis se lo terminaría haciendo encima. Ya eran demasiadas las horas que llevaba aguantando.
Él la sujetó entonces de la cintura y dirigió su mano hacia su vagina, metiéndole los dedos dentro, bastante abiertos. La sensación que tuvo fue que los músculos se le aflojaban completamente, que se iba a orinar en cualquier momento -¡Oooohhhhh! ¡si haces eso me lo haré encima!- Entonces él comenzó a hurgarle en la vagina con unos movimientos rápidos, metiendo y sacando los dedos y tocándole las paredes. -¡Dios mío!, ¡para o no podré aguantar!- Pero él hizo caso omiso, intensificando sus tocamientos. La operación duraría un par de minutos, en los cuales ella notó como las fuerzas de las piernas le flaqueaban y un calor intenso le bajaba chorreando por la pierna hacia abajo, empapándole la media y el zapato. Mientras él le besaba la herida de la cabeza.
Al acabar le bajó la pierna de la silla, dejándola clavada, temblando, totalmente desconcertada, en mitad de la cocina. Jamás le habían hecho algo así, le había obligado a miccionar allí mismo y se sentía avergonzada a la par que sucia. No era capaz de mover un músculo ni se atrevía a decir nada. Se alejó un poco de ella a sus espaldas y volvió con una fregona y un cubo con un poco de agua. Le señaló con la fusta. Quería que limpiara aquello y se dijo a si misma que mejor sería de momento obedecerle hasta ver como podía escapar. Él no dejó de observarla mientras limpiaba el suelo de baldosas marrones, con los ojos verde profundo clavados en ella. Cuando terminó la volvió a encerrar en la alacena, amordazada y atada a la pared.

Al despertar no sabía cuantas horas llevaba allí, pero estaba claro que había pasado su primera noche, la lucecita auxiliar seguía encendida, pero prácticamente no hacía falta, una fuerte luz provenía de detrás de la puerta, era luz natural, había amanecido y ella tenía ganas de ir al baño otra vez, además de un hambre tremenda. No tardó mucho en aparecer de nuevo el hombre, ella pensaba que si le hablaba tranquila, en lugar de lo que le hizo el día anterior, él sería compasivo y le daría algo de comer y la llevaría al baño, pero nada más lejos de la realidad.
No le dio opción a hablar, sino que la soltó de la pared, la agarró del pelo y a empujones y tirones la llevó hasta el dormitorio. Ató la cadena a otra argolla preparada en la pared y la puso boca arriba sobre la cama. Cogió dos trapos alargados y le ató los tobillos, llevando los extremos hasta las patas delanteras del somier. Así, abierta de brazos y piernas, totalmente atada e indefensa estaba otra vez a su merced.
Se desabrochó la bragueta, sacó la polla de dentro del pantalón y empezó a meneársela delante de ella, iba a violarla de nuevo, deseó morirse. Subió a la cama, entre sus piernas, le metió la polla dentro y empezó a follársela fuertemente. A medida que subía la intensidad comenzó a darle guantazos en la cara, en las tetas y en las caderas, de un lado para otro. Lloraba desconsolada, se sentía impotente ante aquella situación, perdida, asustada como una niña chica y sin saber qué hacer.
No le quedó más remedio que esperar a que él acabara. Cuando esto ocurrió la llevó al baño, la sentó en la taza y por fin pudo hacer pis. Estaba contraída, encogida, menguada, enroscada sobre sí misma. Al terminar la llevó de nuevo al cuartillo, media hora más tarde le trajo algo de desayunar, un café demasiado fuerte para ella y un poco de pan con mantequilla, le quitó la mordaza y comió la primera de muchas comidas sobre el suelo frío de la alacena.

Al menos durante una semana la tuvo así, encerrada en aquel sitio, sin apenas ver la luz del día, sin aire limpio, comiendo poco y pasando mucho frío. La sacaba varias veces al día, pero durante breve tiempo, el justo para cubrir sus necesidades o las de él. La llevaba al baño, la sentaba en la taza y esperaba a que ella terminara de hacer pis o de defecar, junto a ella, sin moverse ni decir una palabra. Una vez al día la metía en la bañera, enganchaba la cadena al grifo doble y le daba una ducha rápida y fría, frotando su cuerpo fuertemente con una esponja. Después la sacaba de allí y le daba frotamientos con una toalla tan áspera que al terminar toda la operación tenía el cuerpo enrojecido.
Las comidas eran frugales, malas y a horas intempestivas, pero tenía tanta hambre que se lo comía todo y no protestaba. Dos veces al menos al día la llevaba a la cama para abusar de ella, con gran violencia, a veces solo con su cuerpo y otras veces usando artilugios, penetrándole por la vagina, el ano o la boca. Todo aquello sin decir nada, con sus ojos clavados en ella, sin apartar nunca la vista.
Estaba hundida, desmoralizada, cada vez veía más complicado poder escapar de allí, no entendía nada y no quería entender, solo deseaba marchar, irse lejos y no volver la vista atrás. No contradecía las indicaciones que él le hacía con la fusta, no quería hacerle enfadar. Cuando la llevaba al baño, a veces no tenía ganas, pero hacía un esfuerzo por tal de que él se quedara conforme y no la molestara mucho. El silencio de la casa el resto del día, el olor de aquel cuartillo, el frío, el hambre y las violaciones continuas estaban haciendo que no tuviera la mente despejada para poder pensar.

Una tarde la sacó de la alacena para llevarla al baño, al pasar cerca de la entrada ella levantó la cabeza. Entonces vio su imagen reflejada en el espejo de la cómoda. Ese espejo estaba allí desde siempre, lo recordaba ella de años, pero en toda esa semana no le había echado cuenta. Se quedó paralizada, la imagen que veía la desconcertaba. No parecía ella. Unos días antes salió de su casa arreglada, bonita, maquillada y saludable. Lo que veía era un fantasma que no podía ser ella misma. Había perdido color, peso y presentaba un aspecto deplorable. El pelo aparecía enmarañado, la ropa interior sucia y rota por varios lados, algunas carreras recorrían sus medias. Él la empujó para que siguiera caminando, pero contrariamente ella rompió a llorar. Hacía varios días que ya no lo hacía, pero en aquel momento su mente se bloqueó y se quedó allí, mirándose al espejo y sin poder avanzar más por el pasillo. Se llevó la mano al pelo y a la cara y pasó sus dedos temblorosos por encima.
Él la empujó de nuevo, entonces ella se dejó caer de rodillas, rendida, completamente ida. Se puso frente a ella y le quitó la mordaza. Le miraba, ahora era ella quien no le dejaba de mirar a los ojos y al rato, entre sollozos le dijo –Déjame marchar, te lo ruego- Esperó su respuesta, pero nada. –por favor te lo suplico, déjame ir, me vas a terminar matando. Déjame ya-
Él seguía impávido, sin mover un músculo ni decir nada. Entonces la cara de ella se transformó y pasó del llanto a una expresión de rabia y odio. Se lanzó contra él a darle puñetazos, pero la falta de comida en esa semana le había dejado sin fuerzas. –Maldito hijo de puta, déjame ir de una puta vez, cabrón- Él paró su embestida sin problemas, reduciéndola, de una bofetada la dejó tirada en el suelo, llorando de nuevo de impotencia, sin levantarse. Él se alejó hasta el baño, pudo escuchar como abría los grifos de la bañera, parecía estar llenándola. Sintió mucho miedo, intuyó que la iba a ahogar, se quedó temblando, pegada al frío suelo como si quisiera hundirse en él. Por otro lado pensó que por fin había llegado a término su pesadilla. Allí acabarían sus días.

Él se acercó hasta ella de nuevo, la recogió en brazos y la llevó hasta el cuarto de baño, se sentó en el filo de la bañera con ella encima, quitándole las cadenas, el collar y los grilletes, mientras esperaba a que la bañera estuviera suficientemente llena. Ella no se movía, se estaba dejando llevar, completamente cedida ante su voluntad. Entonces metió la mano, comprobó que la temperatura era la correcta y la introdujo muy despacio dentro de la bañera. Cogió la esponja y la sumergió, ella tenía la mirada perdida, los ojos vidriosos, parecía una muñeca con la que se pudiera jugar, ya no lloraba, tampoco hablaba. La frotó suavemente con la esponja enjabonada, limpiándole por todos lados. Seguidamente le limpió el pelo con un champú y un acondicionador que sacó del mueblecito del baño. Era la primera vez que los usaba en todos esos días. Con un peine también nuevo le desenredó los cabellos, con mucho cuidado de no hacerle daño. La sacó de allí, la puso de pié y la envolvió con una toalla grande, poniéndole otra en la cabeza, mucho más suaves que las que había usado esos dias. Ella se derrumbó de nuevo y comenzó a llorar otra vez, esta vez agradecida por los cuidados y sobre todo por estar aún con vida.
Una vez bien seca la llevó hasta la cama, la sentó a los pies y comenzó a acariciarla, tiernamente, muy despacio. Le colocó una venda en los ojos y le besó. Ella notó que esta vez no llevaba el pasamontañas puesto. Por primera vez en tantos días se lo había quitado en su presencia, pero aún no podía verle la cara. Pensó en quitarse la venda de los ojos, ahora ninguna cadena se lo impedía, pero no se atrevía a sufrir las consecuencias que aquello pudiera acarrearle. Él la empujó hacia atrás, sin brusquedad, subiéndola un poco más hacia la almohada. Escuchó como se quitaba la ropa y la dejaba caer sobre el piso. Se tumbó junto a ella y siguió acariciándole todo el cuerpo.
Su piel se estremeció, el vello se le erizó y la carne de gallina afloró por sus brazos y sus piernas. Él la sujetó por la cintura y se apoyó sobre ella. Comenzó a comerle la boca, muy suavemente, besaba realmente bien, mordiéndole el labio sin hacerle daño, metiéndole una lengua caliente y húmeda en su boca, buscando la de ella. Se dejó llevar, relajándose, completamente abandonada a él. Se colocó sobre ella del todo y la penetró, con mucho cuidado, abrazándola, acariciándola y haciéndole el amor con delicadeza. Ella no podía creerse que le estuviera pasando eso, después de los días de infierno que había pasado. Lloró de felicidad, le acarició la espalda y le abrazó. La llevó hasta el orgasmo y entonces le susurró al oído:
-Eres mia, siempre lo has sido y siempre lo serás- Ella se estremeció, era la voz de su ex novio. Quedó petrificada. No se lo podía haber imaginado. Él le quitó la venda de los ojos y le volvió a besar apasionadamente. –No comprendo nada, ¿porqué has hecho esto?-, -Estabas perdida y necesitabas que te recondujeran. Llevas mucho tiempo en un mundo que no es el tuyo- le contestó. –Pero ¿y tus ojos? No eran de ese color-, -lentillas, querida, lentillas-. Una risa y un resoplido salieron a la vez de su boca. Era tan simple. Qué estúpida había sido, ¿cómo no se había dado cuenta?
Él se volvió hacia la mesita de noche, poniéndose de pié, sacó la pistola de ella de uno de los cajones y se lo entregó. –Ya puedes marcharte-. Ella la cogió y la dejó caer sobre el piso, al otro lado de la cama, se puso de rodillas sobre la cama y lo abrazó. –Nunca más, mi Señor- susurró.




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